En
esta ciudad donde nadie conoce a nadie,
es normal comprobar
que hay malhechores
a los que se divisa a la legua,
y hay
buenas gentes
con las que merece la pena conversar.
Nadie es
mejor que nadie,
pero hay seres inmundos,
auténticas ratas de
cloaca,
que huelen a cañería maloliente,
porque sus sentimientos son de
compra y venta,
porque sus
almas las adquirió hace tiempo
algún diablo.
Luego hay personas
hermosas,
de mirada transparente
y dulces
como las
naranjas,
con las que uno estaría tardes enteras
hablando de
la crecida de los ríos,
o del color añil de las noches en Granada.
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