Glenda bailaba en la noche de verano,
en la calle rodeada de una multitud de gente.
Su vestido liso y sus movimientos cadenciosos
llenaban de color aquel rinconcito de universo,
aquel mínimo espacio
con su mágica belleza.
Era una actriz francesa
que había venido a Madrid por unos días
y caminaba con paso alegre.
La conocí apenas nada,
y de repente se fué
como se alejan los barcos
de un puerto entre mares,
pero nos dejó su brillo y su sonrisa.
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