Por los senderos de este pueblo,
que está perdido en medio de ningún lugar,
la alegría llegó a campos enteros donde madura el trigo
y en los que, en días de sol bien despejados,
se podía ver una gran masa de trigales.
Aquella vez era la temporada de la siega
y las mujeres y los hombres
se agachaban para segar
y se afanaban por trillar la mies,
para después separar el grano de la paja.
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