Te eché de menos,
en la mañana,
en el atardecer
de la ciudad
invertida.
Me hiciste falta
como ese abrazo necesario,
como
esa caricia consentida.
En tu laberinto sentimental
había
demasiados nombres.
En el último tiempo,
yo era sólo espectador
de excepción,
centinela
del recuerdo.
Más tarde me dí cuenta de
que no debemos custodiar
la
belleza
porque al igual que la verdad
es de lo poco que no
perece.
Te eché de menos,
en el nuevo día,
aunque estabas ahí.
Al
menos eso me gustaba creer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario