La vida es un baile y los bailarines deben sonreir.
Se afanan en no doblar la espalda,
en permanecer erguidos.
Su gesto se levanta
al igual que su barbilla
y la cadencia de los pasos
se coordina
con la armonía
del cuerpo.
La silueta del bailarín
es una letra
que se desliza
sobre el suelo
del escenario.
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