viernes, 30 de noviembre de 2012

Dos palabritas de nada

Érase una vez una palabrita que estaba encerrada en el cuerpo de un niño que era algo tímido y apocado. Esa palabrita vivía triste y se refugiaba en la concavidades y en las grutas que la anatomía infantil le proponían. Un buen día, la cosa cambió y otra palabrita huérfana de luz se encontró con ella. Las dos palabritas se reconocieron al instante y fue tal su alegría que se abrazaron y formaron una frase corta. Era tal su gozo, tal su consuelo que juntas recorrieron ese camino angosto que va desde la garganta a los labios. Allí reconocieron a las amigdalas, a las muelas y a los dientes, a la resbaladiza lengua para dar a parar a un rayito de luz, remanso para la esperanza. En ese momento, la madre de aquel niño tímido lo abrazó, y fue el momento cuando las dos palabritas se cogieron de la mano y se lanzaron al precipicio cuando la boca se abrió para susurrar algo hermoso. Estas dos palabritas no son más que "te" y "quiero".

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